Eran las 2 am en la ciudad de Buenos Aires cuando Sabrina salió de la casa de Martín, su novio, hacia la parada del 96 que la llevaría hasta Liniers, donde vive. La noche era más oscura que de costumbre y el silencio producía en ella un temor que nunca antes había sentido. Miraba todo el tiempo a su alrededor con la sensación de que alguien la observaba y su paso se aceleraba a medida que pasaba el tiempo.
En un momento, tropezó con una baldosa salida y cayó al suelo de cara. Antes de que pudiera siquiera ponerse de pie, se acercó un hombre alto quien, sin decirle nada, la tomó del brazo derecho, la levantó y se la llevó por los oscuros callejones del barrio de Flores. Sabrina quiso pedir ayuda, pero antes de decir una palabra, le pegaron un golpe en la mandíbula con el que se desmayó.
Al despertarse de lo que parecía un horrible sueño, la mujer no vio más que la oscuridad de un cuarto. Trató de pararse pero descubrió que estaba atada de pies y manos a una silla y sin nadie alrededor.
- ¿Por qué me tienen acá? Quiero irme a mi casa, gritó sin obtener respuesta.
Veinte minutos después se abrió la puerta y entró el hombre que la había levantado en la calle con la cara tapada y un vaso de agua en la mano.
- ¿Quién es usted? ¿Por qué me tiene acá?, reclamó Sabrina.
- ¿En serio me lo preguntás? ¿Acaso te olvidás de lo que me hiciste? Gracias a vos perdí cinco años de mi vida, Sabrina Giménez.
- ¿Cómo sabe mi nombre?, indagó.
El hombre se sacó la venda que lo cubría y dejó ver un rostro maltratado y prácticamente deforme.
- ¿Ahora que me ves no te acordás de mí?
- No, no sé quién es. No sé tampoco qué pude haberle hecho.
En ese momento, él le pegó una cachetada que le dio vuelta la cara.
- El nombre Diego García, ¿te dice algo?
- ¿Diego?, claro que me acuerdo. Pero todavía no entiendo qué te hice yo y por qué estás así.
- Desde que vos me dejaste, mi vida fue un calvario. Por vos yo abandoné a mis amigos, mi familia, mi trabajo. Dejé todo por vos Sabrina. Sin embargo parece que eso no te alcanzó y me dejaste por el primero que se te cruzó.
- Estás totalmente loco. Nuestra relación era enfermiza. No me dejabas salir a ningún lado, parecía tu esclava. En algún momento se tenía que terminar.
- Hija de puta! (le pega otro cachetazo). Yo te di todo y mirá cómo me pagaste. Después de que te fuiste traté varias veces de suicidarme y terminé encerrado en un loquero de mierda donde me llenaron de pastillas e inyecciones. Pero no, yo no estoy loco, claro que no. Acá la loca y la responsable de todo esto sos vos. Y ahora que te tengo conmigo me vas a pagar todas las que me hiciste.
- (Gritando desesperada) No, por favor, no me hagas nada. Te lo ruego.
- No sirve de nada que grites, nadie te va a escuchar.
En ese instante, Diego tomó un cuchillo que tenía guardado en el bolsillo y comenzó a pasarlo por la cara de Sabrina que no paraba de llorar. Hacía pequeños tajos en el cuerpo de la mujer que trataba de escaparse sin suerte. Los cortes fueron cada vez más grandes y profundos y ella se moría desangrada.
- Todos tenemos que afrontar las consecuencias de nuestros actos y es justo que lo hagamos si cometimos errores, como en tu caso. No sabés cómo estoy disfrutando esto. Por fin creo que todo lo que pasé tiene su recompensa.
Pero Sabrina no lo escuchó. Murió en esa silla bañada en sangre sin nadie que pudiera escucharla. Luego de verla, Diego tomó el cuchillo y se lo clavó en su corazón causandose la muerte instantanea. Y así quedaron, en la profunda noche, sin que nadie supiera lo que estaba sucediendo.