Todas las noches, mientras Irene paseaba al perro por la cuadra, Claudio aprovechaba para lavarse los dientes, ponerse el pijama e irse a acostar. Los dos tenían una vida tan estructurada que quien los veía de afuera se aburría. A la mañana, cuando Claudio se bañaba, Irene le planchaba la camisa. Él se vestía, tomaba su desayuno y antes de salir siempre le daba un beso y le decía: "qué linda estás hoy". Ella ordenaba la casa, preparaba el almuerzo y lo esperaba para comer. Cuando terminaban, a las 2 de la tarde en punto (parecía como si tuvieran el tiempo cronometrado) se acostaban a dormir una siesta y a las 5 se levantaban para tomar unos mates. Miraban algunos programas de chimentos, el noticiero y así llegaba la noche. Cenaban, ella sacaba el perro 15 minutos y después se dormían y al otro día todo volvía a empezar.
El 2 de julio último, Irene salió con su caniche, pero no volvió a los 15 minutos como todas las noches. Ya había pasado media hora y la puerta de entrada no se abría. Claudio se preocupó y se asomó por si la veía, pero nada. Dio la vuelta a la manzana y no había rastros de ella ni del perro. Lo primero que hizo fue llamar a la policía para hacer la denuncia, pero le dijeron "hasta que no pasen 48 horas de su desaparición no puede efectuarla", por lo que no sabía qué hacer. Desesperado, se subió al auto y recorrió el barrio para ver si la encontraba, pero parecía como si se la hubiese tragado la tierra.
Claudio comenzó a pensar en la idea de un secuestro, pero tampoco recibía llamados con pedidos de rescate ni nada parecido como para afirmar ese pensamiento. Cuando volvió a su casa e ingresó a la habitación, se dio cuenta de que arriba de su mesita de luz había un sobre con su nombre. Era una carta que decía: "Claudio, te pido que no me busques más. Me voy porque no soporto la monotonía de nuestras vidas y necesito un cambio. Conocí a una persona con la cual puedo ser realmente feliz. Gracias por lo que me diste en estos años. Espero que vos también puedas ser feliz. Un beso. Irene". Él no entendía nada, pero cuando abrió la puerta del placard encontró que la ropa de ella no estaba al igual que sus pertenencias. Se encontró solo y tuvo una horrible sensación de vacío en el medio del pecho. Tomó un abrigo y salió a caminar. Desde ese día nadie sabe nada de Claudio.
El 2 de julio último, Irene salió con su caniche, pero no volvió a los 15 minutos como todas las noches. Ya había pasado media hora y la puerta de entrada no se abría. Claudio se preocupó y se asomó por si la veía, pero nada. Dio la vuelta a la manzana y no había rastros de ella ni del perro. Lo primero que hizo fue llamar a la policía para hacer la denuncia, pero le dijeron "hasta que no pasen 48 horas de su desaparición no puede efectuarla", por lo que no sabía qué hacer. Desesperado, se subió al auto y recorrió el barrio para ver si la encontraba, pero parecía como si se la hubiese tragado la tierra.
Claudio comenzó a pensar en la idea de un secuestro, pero tampoco recibía llamados con pedidos de rescate ni nada parecido como para afirmar ese pensamiento. Cuando volvió a su casa e ingresó a la habitación, se dio cuenta de que arriba de su mesita de luz había un sobre con su nombre. Era una carta que decía: "Claudio, te pido que no me busques más. Me voy porque no soporto la monotonía de nuestras vidas y necesito un cambio. Conocí a una persona con la cual puedo ser realmente feliz. Gracias por lo que me diste en estos años. Espero que vos también puedas ser feliz. Un beso. Irene". Él no entendía nada, pero cuando abrió la puerta del placard encontró que la ropa de ella no estaba al igual que sus pertenencias. Se encontró solo y tuvo una horrible sensación de vacío en el medio del pecho. Tomó un abrigo y salió a caminar. Desde ese día nadie sabe nada de Claudio.