Pero había algo que lo diferencia del resto. Le gustaba concurrir al prostíbulo de Beauchef y Alberdi y allí se ponía a charlar con las mujeres, generalmente las más adolescentes. Les prometía que las iba a sacar de esa vida y que a su lado tendrían un futuro mejor. Ellas, ingenuas y necesitadas de otro porvenir, se enamoraban de él y comenzaban una relación que nunca duraba más de dos meses. En realidad, a Franco le gustaba tenerlas encerradas en su casa, maltratarlas y abusar de ellas. A cada una las esclavizaba y apenas les daba comida una vez por día. Transcurrido un tiempo, recurría a uno de sus contactos, Héctor, quien pasaba a buscar a la chica y la insertaba en una red de trata. Precisamente, en lugares ubicados en La Rioja, Tucumán, Salta y, a veces, Bolivia.
Nadie sospechaba de su accionar. En realidad, casi nadie. Lorena llevaba trabajando casi dos años en el prostíbulo y sabía que algo está pasando con las chicas que se van con él. Sofía era muy amiga suya y lo último que se enteró de ella era que iba a dejar ese trabajo para comenzar una nueva vida con Franco pero nunca tuvo más noticias. Tenía muchas hipótesis pero ninguna certeza. Uno de sus clientes era policía. Ella le explicó la situación y entre los dos hicieron un plan para descubrir qué pasaba. Camila, una de las chicas nuevas, seduciría a Franco para comenzar una relación con él. Y así fue. Un viernes por la noche, él ingresó e inmediatamente ella lo abordó. Rápidamente se sintió atraído y pasaron a una habitación. Luego de tener sexo, le dijo:
- La verdad no entiendo qué hacés trabajando en un lugar así cuando podrías tener una vida mejor, lejos de todo esto. Me gustaría sacarte de acá y llevarte conmigo.
Ella accedió sin dudarlo, algo que no generó ni la más mínima sospecha en el hombre. Quedaron en encontrarse en dos horas en la casa de Franco para conversar. Camila salió del lugar, llegó al departamento e ingresó en la casa. El cerró la puerta con llave y le pegó una trompada que le hizo sangrar la nariz. La amordazó con un pañuelo y la arrojó sobre la cama. No paraba de insultarla. Cuando estaba por abusarla, cinco policías tiraron la puerta abajo, lo agarraron y esposaron. No se había dado cuenta de que la mujer tenía un micrófono debajo de la remera. Los efectivos encontraron los datos de Héctor en una libreta y así pudieron desarmar toda la red de trata. En los prostíbulos del norte rescataron a más de 150 chicas que vivían en condiciones infrahumanas.
Franco actualmente cumple una sentencia de 20 años de prisión en el penal de Sierra Chica.