La vida de Mariana nunca fue como la de los demás. Había nacido con una enfermedad en la piel que hacía que no pudiera estar expuesta al sol, ya que sino se llenaba de marcas y ronchas rojas por todo su cuerpo. Fue a miles de médicos, pero todos coincidían en que ese mal no tiene cura ni se puede tratar, por lo que iba a tener que vivir así. Cada vez que salía tenía que ponerse mucha ropa, una gorra y lentes. Cuando era chica e iba al colegio era sinónimo de todo tipo de burlas por parte de sus compañeros. Nadie se le quería acercar creyendo que lo que tenía era contagioso, por más que no lo fuera. Su casa era el único refugio en el que se encontraba tranquila y lejos de todo lo que la perturbaba. Allí se sentaba a leer cuentos y poemas. Sus autores favoritos eran Julio Cortazar, Jorge Luis Borges, Alfonsina Storni y Gabriel García Márquez.
Con esa realidad atípica fue superando obstáculos. Terminó el primario y secundario y comenzó a estudiar abogacía en la Universidad de Buenos Aires. Lo que más dificultad le generó fue encontrar trabajo. En ningún lado la querían tomar cuando conocían su enfermedad. Por supuesto, siempre le decían el ya conocido "Bueno, nosotros cualquier cosa te llamamos", pero nunca lo hacían. En algunas entrevistas la miraban raro y la trataban con cierta distancia. Ella estaba acostumbrada a eso, pero era inevitable sentir ese dolor en el pecho cada vez que se afrontaba a un nuevo acto de discriminación. En una ocasión, al salir de una oficina, escuchó cómo una persona le decía a otra:
- No podemos contratar a alguien enfermo, porque después va a querer venir a sacarnos plata si le pasa algo en horario de trabajo.
- Claro. Se aprovechan de lo que tienen para beneficiarse ellos.
Nadie entendía por el sufrimiento que pasaba Mariana. Ni siquiera sus padres. El dolor era pura y exclusivamente suyo.
Unas vacaciones se fueron a Mar del Plata para que ella conociera el mar. Hay que destacar que nunca había salido de la Capital Federal porque le daba mucha tristeza no poder disfrutar de las actividades al aire libre como los demás. Por supuesto que fueron a la playa de noche, momento en el que ella podía liberarse de la gorra y los anteojos. Cuando se sentó en la arena sintió una paz que nunca había experimentado. Quería que ese fuera su lugar y pasar allí el resto de su vida. La sonrisa que se le marcó en el rostro cuando mojó sus pies con el agua del mar nunca había sido vista por sus padres hasta entonces. Así estuvieron un rato hasta que todos se fueron al departamento a dormir. Mariana esperó que sus familiares estuvieran acostados para ponerse las zapatillas y regresar a la playa. Volvió a sentarse en la arena y comenzó a pensar en su vida, en lo difícil que había sido y en que no quería sufrir más. Por eso, comenzó a caminar hacia el mar lentamente y sin mirar para atrás. Así fue como se hundió en la inmensidad del agua e hizo de ese lugar, su lugar.