martes, 26 de enero de 2010

Escape

El plan de Marcos era prácticamente infalible. Sólo restaba ponerlo en práctica. Mientras él mantenía cautivo al guardia de seguridad, Juan, Horacio y Hernán metían el dinero de la caja fuerte del banco en los bolsos y después podían escapar por el hueco que harían en la oficina del fondo. El robo se produciría a las 01:53 (horario elegido por Juan quien creía que al dar 9 la suma de los números iban a tener suerte).
A la hora señalada, ingresaron al lugar gracias a una llave que había conseguido Hernán. Al guardia lo amordazaron, golpearon y lo llevaron hasta una de las oficinas de los gerentes. Mientras guardaban la plata en mochilas y bolsos, se escuchó una sirena de policía que se acercaba a toda marcha, por lo que decidieron salir de ahí al instante. No podían entender cómo se habían enterado de lo que estaban haciendo. Tal vez algún vecino vio lo que pasaba y dio aviso. Igualmente, eso no importaba en ese momento, sino ver cómo salir de allí. Hacer el hueco iba a demorar mucho tiempo que no tenían. Por eso, los cuatro subieron hasta la terraza del lugar y decidieron escapar por techos de casas vecinas. Mientras, más patrulleros arribaban a la zona y efectivos policiales se encargaban de seguirlos para atraparlos. Los ladrones decidieron separarse para luego encontrarse en las intersecciones de Moreno e Independencia, donde habría un auto que los estaba esperando. Pero Juan fue el único que llegó. A Hernán y Horacio los encontraron escondidos dentro de una casa y los detuvieron. Marcos, sin embargo, no aparecía por ninguna parte.
Ya llevaba dos horas esperando a sus compañeros cuando le sonó el celular. Era Marcos:
- Juan, escuchame una cosa. A Horacio y a Hernán los metieron adentro. Yo estoy con un bolso en Pampa y Libertador. Venite para acá con el auto así cargamos las cosas y vemos para donde vamos.
- Bueno dale, mirá que hay que tener cuidado de que no se apiole nadie. Si nos agarran con la guita fuimos.
Juan arrancó el auto y fue a encontrarse con Marcos en la dirección convenida. Cuando llegó, se encontró solo. Parado al lado del vehículo sintió que alguien le tomó el brazo y comenzó a forcejear. Era un policía que quería detenerlo. Llegaron cuatro patrulleros con oficiales armados, quienes redujeron al delincuente. Él no vio quién lo esposaba, pero cuando se dio vuelta pudo observar la cara de Marcos, vestido con el uniforme de policía.

jueves, 21 de enero de 2010

Verdades

A Laura le costó mucho reconocer que era homosexual. Salió con varios chicos (con algunos por tiempo prolongado) pero se daba cuenta de que ninguno la hacía sentir completa, realmente enamorada. Hasta que un día conoció a Andrea. Cursaban juntas en la facultad de derecho de la UBA, y en un principio fueron grandes amigas. Un día, salieron a tomar algo simplemente para charlar y fue entonces cuando Andrea se acercó y le dijo al oido:
- Muero por besar tus labios. Hace mucho que tengo ganas de hacerlo y ya no aguanto más.
Antes de que continuara, su amiga se dio vuelta y comenzó a besarla. Laura tenía una sensación que nunca había experimentado antes. Era la confirmación de que había encontrado lo que tanto estuvo buscando.
Comenzaron a salir a escondidas porque la familia de ella era muy conservadora. Si el padre se llegaba a enterar era capaz de echarla de su casa. Odiaba no poder sentirse totalmente libre de hacer lo que quisiera, de presentarla ante todo el mundo como su novia.
Pasaron cinco meses y decidió hacerlo. Fueron las dos a su casa, le dijo a su familia que necesiaba contarles algo y comenzó:
- Miren, hay algo que tienen que saber. Como se habrán dado cuenta, yo hace mucho que no traigo a un chico a casa y es por algo en especial. La verdad es que me gustan las mujeres, sobre todo ella (señala a Andrea) y me gustaría compartir con ustedes el hecho de que somos novias hace ya cinco meses. Lo único que les pido es que me apoyen y no me juzguen.
Al padre, que estaba leyendo el diario, se le transformó la cara y protestó:
- Uno te educa con todos los lujos para que lleves una vida normal, y al final ¿para qué? para que vengas diciendo que te gusta alguien de tu mismo sexo. Esto es inadmisible, en mi casa no pienso permitirlo.
- Pero papá...
- Papá nada. Si querés seguir con esta estupidez, que sea afuera de mi casa. Mientras, olvidate de esta familia.
La madre de Laura siempre fue muy callada y dedicó casi toda su vida a su familia. Si su marido planteaba eso, entonces ella estaba de acuerdo. Lo último que quería era perderlo por defender algo que para ella no era normal. Así fue entonces como la joven tuvo que armar su bolso y salir de ese lugar. Como Andrea vivía sola, le ofreció quedarse con ella al menos hasta que encontrara algún departamento para alquilar. Pero Laura no trabajaba, sólo estudiaba, por lo que la estadía iba a ser larga.
Luego de un año de relación, ella no buscó otra vivienda y oficialmente se quedó en el departamento de su novia. De su familia no había sabido nada desde aquel día en que les contó la verdad, pero igualmente todo marchaba muy bien como para preocuparse por eso.
Andrea llegó a la casa alrededor de las 21 hs. y le dijo a Laura que quería hablar con ella:
- Mirá, me parece que las cosas no pueden seguir así. Yo soy la única que mantiene todo esto mientras vos lo único que hacés es estudiar. Así que lo mejor va a ser que te vayas.
- ¿Cómo? ¿Me vas a dejar en la calle? Esto no puede ser así. Te juro que voy a conseguir laburo y voy a cambiar.
- Eso ya no me interesa. No quiero que sigamos más juntas.
- Pero por favor, no tengo donde ir.
- Armá tus cosas y andate Laura, no te quiero ver más.
Ella se arrodilló y le suplicó que no la echara. En un momento, y mientras lloraba desconsoladamente, comenzó a pegarle con los puños en el cuerpo. Estaba enfurecida, no sabía qué iba a ser de su vida sin ella. Andrea le devolvió una trompada y se comenzaron a pelear. Laura agarró un plato y se lo partió en la cabeza, lo que desmayó a su novia, quien golpeó la nuca contra la mesa y cayó desvanecida al suelo. Entonces, desesperada salió del departamento y corrió hasta las vías del tren. Se acostó en ellas y esperó a que pasara el ferrocarril.

sábado, 16 de enero de 2010

Ilusión

El 25 de Marzo a las once de la noche, Matías Sanz salió con su auto desde la casa de su novia para encontrarse con unos amigos en un bar de Palermo Hollywood. Mientras iba por la calle tenía la sensación de que el auto bordó que estaba atrás suyo lo había seguido durante un largo recorrido. Igualmente, prefirió restarle importancia y continuar su camino. En la esquina de Honduras y Salguero, y antes de que pudiera arrancar luego de que el semáforo se pusiera en verde, dos personas encapuchadas le abrieron la puerta, lo tomaron de los pelos y lo llevaron a su vehículo. Cuando lo metieron, uno de ellos le dijo:
- Pibe, si hablás sos boleta. Así que mejor hacé todo lo que te digamos nosotros. Ni se te ocurra levantar la cabeza.
Sintió un miedo que lo paralizaba. No sabía si lo estaban secuestrando o lo habían buscado por otros motivos. Él tenía una empresa de castings truchos en la que le prometía a la gente que iba a llegar a ser famosa, cuando en realidad nunca mantenía un contacto con nadie de ningún canal. Sin embargo, hacía que las personas pagaran cien pesos por un book de fotos el cual no era mostrado ante ningún productor.
El auto bordó se detuvo frente a una casa antigua. Bajaron a Matías y lo trasladaron a una habitación oscura y fría. Acostado en un colchón, con los pies y las manos atadas y los ojos vendados, pudo escuchar que uno de los captores hablaba por teléfono:
- Señora, tenemos a su hijo. Si lo quiere ver otra vez va a tener que poner cien mil dólares. Le doy dos horas para conseguirlos porque si no lo fusilo.
Cuando cortó se acercó y le dijo al muchacho cautivo:
- Mejor que tu familia consiga la guita pronto porque si no de acá no salís. ¿Así que te gusta estafar a la gente pobre hijo de puta? Yo te voy a enseñar lo que es bueno.
En ese momento le pegó dos trompadas en la cara y una en el estómago. Luego agarró un cuchillo y le hizo un tajo en la cara. Matías no tenía aire ni siquiera para gritar, y aunque lo tuviera, sabía que si lo hacía podían matarlo.
Pasó un rato y volvió a escuchar una comunicación telefónica:
- ¿Consiguió lo que le pedí? Mucho mejor. Llévelo en quince minutos a las vías de la estación de Morón. Vaya sola porque si llega a aparecer la policía al pibe se lo entrego en una bolsa de consorcio.
Luego se dirigió al rehén:
- Tenés suerte. Tu familia consiguió la plata y, si todo sale bien, en un rato te vas de acá. Igual, me gustaría quedarme con un recuerdo tuyo.
Tomó otra vez el cuchilló y le amputó el dedo meñique de la mano derecha. Matías pegó un grito y el captor lo calló de un golpe.
Una hora más tarde, levantaron a Matías y se lo llevaron al auto bordó. Anduvieron por más de veinte minutos y llegaron a un descampado. Ahí uno de ellos le dijo:
- Ahora caminás sin mirar para atrás, contás hasta diez y listo.
Después de que le sacaran la capucha, Matías bajó del auto y empezó a caminar. Antes de que pudiera llegar al número seis, lo remataron de 5 tiros: tres en la espalda y dos en la cabeza.
Su familia nunca supo que lo tuvieron cautivo.

miércoles, 13 de enero de 2010

Secretos

La pareja que conformaban Walter y Melisa podría decirse que era casi perfecta (si se tiene en cuenta que la perfección real prácticamente no existe). Llevaban diez años de novios y cinco conviviendo y estaban muy contentos el uno con el otro. Él siempre llegaba del trabajo a su casa con flores y ella, a su vez, lo esperaba con la comida hecha para cenar juntos. Podría parecer algo monótona la relación, pero eran tan felices que no daban lugar a pensar eso.
Un día, Walter estaba trabajando en su oficina cuando golpearon la puerta. Su jefe abrió y le dijo que debía presentarle a su nueva compañera. En ese momento entró una señorita de unos treinta años que inmediatamente lo impactó. Sintió en el pecho algo que no le sucedía desde la primera vez que había visto a Melisa. La mujer lo saludó:
- Hola, mucho gusto. Me llamo Adriana.
- ¿Qué tal? Soy Walter. Un placer y espero que podamos conocernos mejor con el tiempo.
No dejó de pensar ni un segundo en ella, incluso cuando estaba con su mujer. Sentía la necesidad de acercarse, hablarle y, por qué no, invitarla a tomar algo. Parecía no importarle su relación con tal de estar un par de segundos más con Adriana.
Con el correr del tiempo se fueron conociendo, intercambiando celulares y correos electrónicos, hasta que Walter decidió tomar la iniciativa a escondidas de Melisa. Por Facebook, y con el mayor cuidado posible, le escribió: "Adriana, ¿Querés que vayamos a tomar algo?. Hay algo que siento por vos que me supera, pero necesito decírtelo personalmente". A las pocas horas obtuvo una respuesta: "Walter: Espero que sientas lo mismo que yo por vos. Nos encontramos mañana a las 21 en el bar de Sánchez de Bustamante y Rivadavia".
Los dos estuvieron en el lugar acordado y charlaron por más de dos horas. Afuera del lugar, y presenciando todo lo que ocurría, estaba Melisa. La noche anterior, su novio había dejado la sesión de facebook abierta, por lo que ella entró y leyó lo que había escrito. En un momento vio cómo Walter y Adriana se besaron y sintió que debía entrar para poner fin a todo eso. Pero tenía algo mejor planeado en mente.
Al otro día a la mañana, Melisa le dijo a Walter:
- Amor, ¿Por qué no invitas a comer a Adriana?. Estuve charlando con ella el otro día en tu oficina y me cayó muy bien. Me gustaría conocerla un poco más.
Él se puso pálido y le contestó:
- ¿Te parece? No se, no tengo muy buena relación.
- Dale, seguramente sea una buena persona.
Ni bien llegó a la oficina, le comentó la propuesta a su amante y decidieron que, para evitar supuestas sospechas, lo mejor iba a ser que cenaran los tres juntos.
Ese mismo día a la noche, mientras comían, Melisa comenzó a indagar:
- ¿Tenés novio? Porque te podría presentar a un amigo si querés.
- (se puso colorada) Eh... No, pero en este momento prefiero estar sola.
- Por favor, a nadie le gusta estar solo.
- Bueno, seré la primera entonces.
Cuando terminaron la cena, Adriana pidió un vaso de agua porque tenía que tomar una pastilla. Walter hizo el mismo pedido. Esa era la oportunidad de Melisa para comenzar con su plan. Tomó un par de somníferos, los disolvió y les llevó los vasos. Al rato, los dos se desvanecieron y ella tomó una sierra que guardaba en el placard y comenzó a mutilarlos. Brazos, piernas, cabezas, no quedó nada por cortar. Los restos los metió en bolsas y los dejó en la calle para que se los llevaran los basureros. Cuando pasó el camión, el hombre que agarró las bolsas sintió un olor muy fuerte, por lo que decidió abrirlas y ahí fue cuando se encontró con las partes de los cuerpos.
La policía ingresó a la casa de Melisa para arrestarla y se encontró con que la mujer se había ahorcado en su cuarto y había dejado una nota en la que decía: "Se hizo justicia".

sábado, 9 de enero de 2010

Condena

Rodrigo es telemarketer en una empresa nacional que vende electrodomésticos. Su horario de trabajo es de 15 a 22, y cada vez que sale de la oficina camina 3 cuadras hasta la avenida Rivadavia donde lo espera su padre para llevarlo hasta su casa. Una noche, cuando estaba a punto de llegar a la segunda esquina, escuchó un disparo y un grito de una mujer. Se paralizó ante la situación y dos segundos después vio cómo un hombre vestido de policía salía corriendo de una vivienda. En otra ocasión no hubiera hecho nada, pero al notar que nadie persiguió al supuesto asesino decidió entrar a ver qué había sucedido. Abrió la puerta y cruzó un pasillo largo que daba a un patio. Allí había otras tres puertas y decidió pasar por una de ellas. En ese momento se encontró con una mujer desnuda muerta tirada arriba de una cama y bañada en sangre. Sintió que se desmayaba por la impresión de lo que estaba viendo pero se mantuvo en pie y se acercó a la víctima. Estaba atada de pies y manos y daba la impresión de que la habían apuñalado reiteradas veces. Rodrigo dio un paso y sin querer pateó un arma que estaba tirada en el suelo. Cometió el error de agarrarla y apoyarla en la mesa de luz.
El hombre decidió que tenía que llamar a la policía para notificar lo ocurrido. Antes de que pudiera siquiera tomar su celular ingresaron tres oficiales armados, quienes lo obligaron a levantar las manos y mirar contra la pared. Él les dijo:
- Yo no tengo nada que ver. Escuché un tiro, entré a ver qué pasaba y me encontré con esto.
- ¿Ah si? Mirá qué casualidad. No sos el primer asesino que nos quiere versear con ese cuento.
- Pero les juro que no hice nada.
- Callate infeliz y poné las manos contra la pared. Ya vamos a ver si tenés o no algo que ver.
Más policías entraron al lugar y se llevaron a Rodrigo detenido. En la comisaría, lo metieron en un cuarto y un comisario comenzó a interrogarlo.
- Dale pibe, cantá. ¿Qué tenés que ver con el asesinato de esa pobre mina?
- Nada, le juro que nada. Yo pasé por ahí, escuché un tiro, ví a un hombre que salió corriendo de esa casa y como pensé que no había nadie entré para saber qué había pasado.
- (Le pega una trompada) Mirá pelotudo, no me hagas perder el tiempo. Confesá lo que hiciste y listo.
En ese momento abre la puerta otro policía que le dice al comisario:
- Jefe, sacamos las huellas del arma y coinciden con las de este.
Rodrigo mirá sin entender y replica desesperado:
- Yo tomé el arma y la puse en la mesa de luz, pero nada más.
- Claro, porque querías hacernos el favor de dejar todo en orden así no teníamos tanto trabajo, ¿no?. (Al otro policía) Oficial, hay que trasladar al detenido al penal de Marcos Paz, donde va a tener que esperar una resolución. Ya tenemos la orden del juez.
- Enterado comisario.
Lo toma a Rodrigo del pelo, lo levanta y se lo lleva.
Pasaron cinco meses desde ese desafortunado momento y el juicio había llegado a su fin. El juez Zarazola daba una determinación.
- Teniendo en cuenta las evidencias presentes en el caso del asesinato de Renata Morales, se ha tomado la siguiente decisión: condenar al único acusado, Rodrigo Jerez, a la pena de veinte años de prisión de cumplimiento efectivo por ser el responsable material del hecho.
En ese instante, Rodrigo se tomó la cabeza y comenzó a llorar. Luego, mientras era trasladado a su celda, comenzó a pensar en sus familiares. Sabía que iba a ser una larga estadía en ese infierno, pero tenía la esperanza de que en algún momento se hiciera justicia y pudiera recuperar la paz que le habían robado al culparlo por un crimen que nunca cometió.

martes, 5 de enero de 2010

Apuesta

Los casinos suelen ser uno de los peores vicios. Hay quienes se quedan minutos, horas y hasta días enteros frente a una máquina o una mesa derrochando todo el dinero que tienen. Pero Juan Almada tenía un plan perfecto para llevarse unos cuantos millones de dólares en una sola noche. Él sabía que en la ruleta que estaba atendida por la chica de rulos había un momento en el que sólo salían números menores de 10. Esto se daba luego del instante en que los números mayores a 30 hacían su aparición en el juego. Silencioso, para que nadie se diera cuenta de lo que hacía, se acercó y luego de que fuera sorteado el 32, comenzó a participar. Tenía en claro que el primero de los números estaría cercano al máximo, por lo que jugó al 9. Luego apostó al 5, 2, 4, 7 y 6. Con todos ellos resultó victorioso.
En un momento alzó su mirada y vio que dos guardias de seguridad se aproximaban a la mesa y no dejaban de observarlo. Fue cuando decidió tomar sus fichas y dirigirse a otro lugar. Se sentó para jugar al Blackjack. Sabía que después de toda carta baja siempre vienen las más altas y así se decidió apostar. Mientras estaba ganando, otra vez se acercaron los patovicas muy disimuladamente aunque obvios para el ojo de Almada. Pero en esta ocasión, antes de que pudiera salir de allí lo frenaron y le dijeron:
- ¿Qué tipo de trucos tenés? No puede ser que sólo con suerte ganes siempre.
- Yo no tengo ningún truco, sigo mis instintos.
- Pero dejame de joder, ¿de qué instintos me hablás? Es obvio que algo hacés para acumular tanta guita. Me parece que nos vas a tener que acompañar.
Los dos tomaron del brazo a Juan y lo llevaron hacia una oficina donde lo sentaron en una silla. Luego salieron. Frente a él estaba un hombre mayor, canoso y muy elegante, quien le dijo.
- Me comentaron que estás haciendo trucos para desvalijar el casino. ¿Sabés a cuántos como vos maté por hacer eso?
- Sinceramente no quiero ni imaginármelo, pero conmigo se equivoca, yo no hago ningún truco. Simplemente vengo a divertirme y hoy tuve un día de suerte.
- Acá adentro la suerte no existe para el que gana. En todo caso existirá la mala suerte para el que pierde miles de dólares, una casa, un auto. Pero la buena suerte no.
- ¿Y qué va a hacer conmigo?
- Podría matarte como a los demás, pero me gustaría que trabajes para mí. Que hicieras que las demás personas perdieran así puedo seguir manteniendo este casino.
- Pero usted sabe que no puedo tener el control de todo. Mientras esté en una mesa, en otra va a haber alguien que gane.
- No sos el primero al que estoy contratando para esto. En este instante hay alrededor de 20 hombres haciendo lo que yo te estoy pidiendo. Por el pago quedate tranquilo que es bueno. Sólo tenés que venir todas las noches a jugar.
Juan pensó muy bien el ofrecimiento antes de darle una respuesta. Luego de un rato, le contestó:
- No voy a formar parte de una red en la que se estafe a la pobre gente que viene con su plata a pasar un buen rato. Si le sacan el dinero, no es mi problema. En todo caso, se lo habrán ganado en buena ley.
- Entonces si no vas a formar parte de esto, voy a tener que hacer algo para que no juegues nunca más.
Los dos hombres de seguridad entraron y en pocos minutos le amputaron las dos manos a Juan que gritaba desesperadamente en la oficina. Luego lo durmieron y lo tiraron en un callejón cercano. No quiso hacer una denuncia por miedo a que lo mataran. Esa fue la última vez que se lo vio cerca de un casino.

sábado, 2 de enero de 2010

Sentimientos

Todas las noches, mientras el resto de su familia duerme, Amanda toma su cartera de cuero y se va a la esquina de Yerbal y Artigas. Nadie sabe que ella trabaja de prostituta y su familia cree que tiene un puesto administrativo en una empresa multinacional. Sin embargo, y por más que le pese, cada madrugada debe estar allí parada si quiere seguir alimentando a su familia.
Un día, exactamente igual a los otros, un peugeot 405 bordo se detuvo donde estaba Amanda y un hombre de unos 30 años bajó la ventanilla y le pidió que subiera al auto. La mujer quedó asombrada ya que nunca había visto a nadie igual por ese barrio. Se metió al vehículo y comenzó a dialogar con él.
- Hola, ¿que tal? Yo soy Amanda. Cobro 60 pesos por 2 horas.
- Está bien, la plata no es problema. Mi nombre es Martín, mucho gusto (le da la mano).
En ese momento se metieron en un hotel de flores y subieron a la habitación. Ella se sentía nerviosa, algo que nunca le había pasado. No podía dejar de mirarlo a los ojos. Se dio cuenta que esa no sería una noche como las demás y que ese hombre no era como cualquier otro.
Tuvieron sexo y mientras lo abrazaba quería que él nunca la soltara. Por dentro se reprochaba el hecho de que era un cliente y no podía gustarle. Pero el sentimiento fue inevitable.
Cuando la dejó otra vez en la esquina de Yerbal y Artigas, Amanda sintió un vacío horrible porque no quería que todo terminara así. Siguieron pasando hombres, pero con ninguno fue igual que con Martín.
A la semana, el peugeot 405 volvió a aparecer y ella, sin esperar ese momento de felicidad, se subió al automóvil.
- No pensé que fueras a volver.
- Amanda, sentí algo muy fuerte la noche que estuvimos juntos. Esta vez no vine por el sexo. Me gustaría llevarte a tomar algo.
Se sentaron en un bar y charlaron durante horas. Ambos se dieron cuenta de que tenían muchas cosas en común y quedaron en volver a verse.
- Mañana paso por la esquina de siempre.
- Bueno dale, te espero.
Pero el auto bordó no volvió a cruzar por donde estaba Amanda. Desilusionada, decidió abandonar ese trabajo por el miedo que le daba volver a vivir una situación similar. Ahora se dedica a limpiar casas por la mitad de la plata que cobraba antes. De Martín no tuvo más noticias, sólo el recuerdo de una noche que jamás va a olvidar.