martes, 5 de enero de 2010

Apuesta

Los casinos suelen ser uno de los peores vicios. Hay quienes se quedan minutos, horas y hasta días enteros frente a una máquina o una mesa derrochando todo el dinero que tienen. Pero Juan Almada tenía un plan perfecto para llevarse unos cuantos millones de dólares en una sola noche. Él sabía que en la ruleta que estaba atendida por la chica de rulos había un momento en el que sólo salían números menores de 10. Esto se daba luego del instante en que los números mayores a 30 hacían su aparición en el juego. Silencioso, para que nadie se diera cuenta de lo que hacía, se acercó y luego de que fuera sorteado el 32, comenzó a participar. Tenía en claro que el primero de los números estaría cercano al máximo, por lo que jugó al 9. Luego apostó al 5, 2, 4, 7 y 6. Con todos ellos resultó victorioso.
En un momento alzó su mirada y vio que dos guardias de seguridad se aproximaban a la mesa y no dejaban de observarlo. Fue cuando decidió tomar sus fichas y dirigirse a otro lugar. Se sentó para jugar al Blackjack. Sabía que después de toda carta baja siempre vienen las más altas y así se decidió apostar. Mientras estaba ganando, otra vez se acercaron los patovicas muy disimuladamente aunque obvios para el ojo de Almada. Pero en esta ocasión, antes de que pudiera salir de allí lo frenaron y le dijeron:
- ¿Qué tipo de trucos tenés? No puede ser que sólo con suerte ganes siempre.
- Yo no tengo ningún truco, sigo mis instintos.
- Pero dejame de joder, ¿de qué instintos me hablás? Es obvio que algo hacés para acumular tanta guita. Me parece que nos vas a tener que acompañar.
Los dos tomaron del brazo a Juan y lo llevaron hacia una oficina donde lo sentaron en una silla. Luego salieron. Frente a él estaba un hombre mayor, canoso y muy elegante, quien le dijo.
- Me comentaron que estás haciendo trucos para desvalijar el casino. ¿Sabés a cuántos como vos maté por hacer eso?
- Sinceramente no quiero ni imaginármelo, pero conmigo se equivoca, yo no hago ningún truco. Simplemente vengo a divertirme y hoy tuve un día de suerte.
- Acá adentro la suerte no existe para el que gana. En todo caso existirá la mala suerte para el que pierde miles de dólares, una casa, un auto. Pero la buena suerte no.
- ¿Y qué va a hacer conmigo?
- Podría matarte como a los demás, pero me gustaría que trabajes para mí. Que hicieras que las demás personas perdieran así puedo seguir manteniendo este casino.
- Pero usted sabe que no puedo tener el control de todo. Mientras esté en una mesa, en otra va a haber alguien que gane.
- No sos el primero al que estoy contratando para esto. En este instante hay alrededor de 20 hombres haciendo lo que yo te estoy pidiendo. Por el pago quedate tranquilo que es bueno. Sólo tenés que venir todas las noches a jugar.
Juan pensó muy bien el ofrecimiento antes de darle una respuesta. Luego de un rato, le contestó:
- No voy a formar parte de una red en la que se estafe a la pobre gente que viene con su plata a pasar un buen rato. Si le sacan el dinero, no es mi problema. En todo caso, se lo habrán ganado en buena ley.
- Entonces si no vas a formar parte de esto, voy a tener que hacer algo para que no juegues nunca más.
Los dos hombres de seguridad entraron y en pocos minutos le amputaron las dos manos a Juan que gritaba desesperadamente en la oficina. Luego lo durmieron y lo tiraron en un callejón cercano. No quiso hacer una denuncia por miedo a que lo mataran. Esa fue la última vez que se lo vio cerca de un casino.

2 comentarios:

  1. Buen final!!, nada de sandeces felices!! eso me gusta!!...aunque me pongo a pensar que en el momento que se diponian a cortarle las manos, tendria que haber gritado que aceptaba el trabajo...

    (Pache)

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  2. Apuesto mis patacones a que ese hombre ahora es patovica en un supermercado chino.

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